20 de septiembre de 2008

Rito Inicial

Y un día comenzó a andar el camino.
Era una salida lateral de esa ruta vecinal que casi no se alcanzaba a divisar por la vegetación.
Había pasado innumerables veces delante de él. Las más, ni recordaba que estaba allí. Las menos, dudaba.
Sabía que nada sería igual una vez que pisara esa huella de tierra por más que tuviera que volver sobre sus pasos y seguir la ruta que transitaba a diario. Porque sabía que jamás se vuelve a recorrer el mismo camino exactamente como se lo recorrió la vez anterior.
¿O acaso alguien logró que todas sus pisadas encajaran exactamente, con precisión milimétrica, en secuencia y lugar con las que ya gastó antes?
Tenía miedo.
Pero igual dio el primer paso.
Tal vez porque ya se había hecho carne en él que su gran compañero de rutas hacía tiempo transmutó la forma en que estaba a su lado y que por más que la lógica (esa maldita aliada o bendita incomodidad incorporada a su vida) indicara que no era su tiempo de mutar, podría tener que hacerlo en cualquier momento provocando algo parecido en quienes lo sabían su compañero en sus propios caminos.
Quizás porque se dio cuenta que era hora de no postergar más todo aquello que traía consigo una oportunidad de sentirse bien. Feliz no. Bien.
Y atrajo hasta la línea de su primer pie el que tuvo el rol de remolón por esa vez.
Cerró los ojos. Las alas se abrieron dándole un gesto casi pasayesco a su naríz (¿ese movimiento hizo a los clowns usar esa nariz roja?). Los canales auditivos se expandieron imperceptiblemente para que mucho más los penetrara. La piel se le erizó. La lengua no cumplió su función porque, si bien la boca se le había entreabierto en un rictus de embelesamiento ante tanto uso simultáneo de sentidos, no le pareció prudente ponerse a lamer las ramas de los árboles que le rozaban su cabeza.
Le gustó lo que encontró.
No era gran cosa. Pero era algo. Mucho más de lo que había tenido hasta ese momento. O mejor dicho: un gran complemento de lo mucho que de pronto se dio cuenta que tenia.
Y caminó un rato.
Sin exagerar; pero disfrutando de cada paso que daba. Midiendo. Registrando. Aprehendiendo. No fuera a suceder que al querer documentarlos no pudiera hacerlo. Aunque... ¿Para qué documentarlos?. Obviamente no sería para que alguien desafiara a la vida intentando repetirlos con precisión milimétrica. Eso era contrario a sus principios.
Entonces recordó que algunas almas que él más que bien conocía iban a apreciar poder saber de la existencia de esos pasos. Y supo que habría otras algunas a las que le podría pasar lo mismo, aunque a estas tan sólo las precedía un tal vez. Y era más que obvio que a su compañero transmutado le iba a producir una gran satisfacción por más que lo supiera desde el mismo momento en que se apartó del pavimento.
Se estaba haciendo tarde, así que retomó su camino habitual sintiendo que había valido la pena.
Y sabiendo que ya no sería el mismo.