6 de julio de 2009

Encuentro

La noche era más oscura de lo habitual. Cerró los ojos, exhaló fuerte el aire por la boca dispuesto a reiniciar su respiración con un ritmo más pausado al tiempo que estiraba su mano derecha hacia el asiento del acompañante y dejaba que sus dedos sintieran el duro contorno bajo la franela en la que estaba envuelta.

- Es un buen lugar – se dijo como intentando convencerse que era lo correcto.

El remoto rebote metálico sobre un vidrio no lo sobresaltó hasta que se convirtió en un golpeteo cercano en su ventanilla.

Abrió los ojos lentamente más por desgano que por necesidad de acostumbrarlos a la tenue luz que el exterior le brindaba a través del parabrisas cuando lo vio, levemente inclinado, parado afuera escrutándolo detenidamente al tiempo que dejaba de golpear.

El sujeto vestía un riguroso traje bordó (¿o era rojo, muy rojo?), camisa roja, corbata más bordó que el traje. Su rostro era anguloso, bien afeitado, con una extraña y profunda mirada. Le llamó la atención el cabello no muy largo, pero lo suficientemente revuelto como para pensar que algo sostenía esas ondas elevadas donde los hombres de su edad suelen dejar que se formen las entradas indicadoras de una incipiente calvicie.

Bajó poco a poco la ventanilla y la fría brisa exterior le trajo la primera frase.

- No parece que sea tan tarde ¿no?

- Depende para qué – respondió entre sorprendido y molesto por la interrupción.

- Para hacer lo que sea que haya que hacer.

- ¿Y a este quién lo llamó? - Se preguntó, ahora sí, indignado.

¿Quién se creía que era este tipo así vestido? ¿Qué sabía que era que tenía que hacer? ¿Acaso pretendía que le contara que hacía tiempo lo estaba planeando? ¿Tendría algo que objetar acerca de que pensaba usar la vieja pistola calibre 22 que había heredado de su padre? ¿Qué interés tenía en saber que dejaría tres huérfanos y una viuda que no se merecía recibir la buena pensión que le iba a corresponder? ¿Qué carajo le importaba que se supiera un fracasado y que su voluntad hubiera sido quebrada hacía rato? ¿Por qué no había aparecido hacía cinco años cuando todavía era ambicioso y con gusto le hubiera vendido su alma? ¿Qué venía a buscar ahora? ¡Minga le iba a dar el alma! Era de él, y con ella iba a ser lo que se le cantaran las pelotas.

- No te rindas – le dijo incorporándose lentamente interrumpiendo su ya enervado soliloquio.

Cerró por una fracción de segundo los ojos pensando que al abrirlos lo vería caer encima de suyo, pero para su sorpresa, cuando los abrió estaba más solo de lo que recordaba estar cuando detuvo su auto.

- ¿No te rindas? – pensó. – ¡Eso va en contra de su negocio! ¿Quién mierda era?
Dejó que sus pulsaciones volvieran a ser las conocidas. Suspiró. Arrancó el auto y avanzó lentamente por la calle desierta.