23 de diciembre de 2009

Vacío

¿Qué escribir?

Menudo desafío terminó siendo.

Tenía pensado el desarrollo de algunas historias del tipo pero de pronto me olvidé de todas. O mejor dicho, no supe comenzar con ninguna.

Ni qué hablar de la idea de ambientar historias en mi época de adolescente con mi colegio como escenario. Todo quedó vacío.

Como ese tren que parte último de la terminal, a sabiendas de que lo consideran retraso del día pero en realidad es el adelanto de mañana.

Y con esa misma dicotomía, tal vez.

Con ganas de escribir pero con ausencia de letras y de palabras.

Sintiendo ganas de decir infinitas cosas; pero definitivamente obligado a no hacerlo. No por reprimir esas ganas. Eso es lo peor.

Miro a través del parabrisas mojado y encuentro a mi hija menor jugando su amado hockey bajo la lluvia porque a pesar del cielo endemoniadamente gris ella quiere elevar la apuesta de su pasión un poco más allá.

Y la red móvil que se niega hacerse cómplice de mi vacío y no entrega ni una sola página de Internet ni una conexión de chat como para encontrar una excusa que justifique esta falta de inspiración.

Como si este calvario fuera poca cosa Sabina entrega sus gloriosos fracasos amorosos por los parlantes y amplifica, ya no su música, sino más bien este momentáneo vacío que acompaña a esta vaya a saber si pasajera sensación de soledad.

El cielo se revela celeste y estas ristes almas que vagan alrededor absorben el color de la tormenta sin su ánimo ni su rebeldía.

En fin, parece que no estaba tan vacío después de todo.

¿Será entonces una premonición de que los otros tan que me invaden no son tan tan?

14 de diciembre de 2009

Me cambiaron el humor

Definitivamente la web da para todo.

Y en ese todo vengo a descubrir unos personajes maravillosos que trajeron aire fresco a unos días de atmósfera agobiante y desilusiones varias. Desilusiones de esas que te fortalecen muchísimo más de lo que quisieran los desilusionadores de turno.

Gracias Eric, Belu, Figo, Paula y todos aquellos que se han sumado a este hato de locos adorables.

Locos adorables que vaya a saber si perseguían un fin noble, o, como dijo el Licenciado, sólo buscaron una excusa para hacer chanchadas.

No juntaron cien mil firmas, pero la venían pasando bomba en el Facebook. Perdón por ser cortamambos, pero si les parece me retiro por un tiempo más extenso... Todo sea por el bienestar de mis amigos!!!!

Besos y abrazos a mansalva.

Natxus has just come back (o como merda se escriba)

PD: El sueño me hizo injusto con el canalla Ariel. Ahora sí se completó el círculo de locos lindos que vale la pena tener cerca. (Hay más, pero a estos los vengo arrastrando casi de mis ppios...)

4 de diciembre de 2009

Primer desencuentro

Volviendo a recorrer la web en busca de lecturas no tradicionales [las tradicionales, léase: libros, me las reservo para las vacaciones] encontré un blog de esos que rescatan elementos de décadas anteriores, que no solo tocó fibras íntimas desde el nombre sino que trajo a mi memoria la marca de remeras que generó el primer desencuentro adolescente que recuerdo haber tenido con mi padre.

A mis trece años ya había aprendido hacía unos meses a manejarme con la combinación tren-subte que desde el sureño suburbio de Banfield me depositaba en el centro capitalino; cuestión que debía agradecer a mi género masculino y a las tranquilidades que sin dudas tenía un padre por aquel año 1978 de que su hijo utilizara los medios de transporte público sin tener que pensar que estaba en riesgo de que lo "apretaran" para sacarle el celular o un par de buenas zapatillas.

Así las cosas, recorriendo la calle Florida con mi amigo Freddy terminamos en la Galería Jardín que por aquellos años desinformatizados todavía era un compendio de casas de ropa donde las remeras innovadoras a partir de sus colores y estampados eran dueñas y señoras de la mayoría de las vidrieras. Las rayas horizontales anchas de colores variados y los estampados al centro y al frente hacían furor.

Era todo un hito para mí animarme a una de esas remeras. Yo venía de terminar una escuela primaria en la que a partir de mi altura y estructura ósea permeables a sumar algunos kilos de más a los recomendables era el "gordito" que debía todavía elevar su autoestima y asumir que en su vida el talle XL sería lo estándar, no tanto por atribuciones propias como por perversas costumbres de los fabricantes de ropa que aún hoy perduran potenciadas hasta el paroxismo. Aunque en ese momento, si la confección era lo suficientemente amplia, podía usar la máxima medida que tenían disponible que era un L.

Y fue en un local con remeras Sun Surf, con estampas de olas de mar y surfistas obviamente, donde encontré el ideal que podía permitirme: una remera con un color hoy denominado pastel [color que con el tiempo aprendería que estaba ubicado entre el salmón y el naranja pero seguiría sin poder determinar el nombre correcto] con el estampado de un surfista con cara de pánico al observar que en su caída de la ola se dirigía directamente hacia una roca, grande en la espalda y una réplica del mismo en la delantera pero de menores dimensiones ubicado a la izquierda del pecho donde tradicionalmente se ven los logos de las marcas.

Pero claro, la libertad de la excursión y la compañia de mi amigo un tanto más deshinibido, me hizo prestar atención en otra remera, blanca ella, con una frase en ingles en letras azules y rojas que rezaba: "I am an alcoholic. In case of emergency buy me a beer". O sea, lo suficientemente divertida y mimetizada en inglés como para que me decidiera a comprarla también.

Cuando llegué a casa y le mostré a mi madre mis preciadas adquisiciones debería haberme dado cuenta que su expresión al ver la remera blanca no era buen presagio ya que fiel a su cultura tácita del "ya verás cuando venga tu padre" no dijo nada.

No estoy ahorrando detalles diciendo que cuando a la noche llegó mi viejo y la vio solo dijo:

- Ni se te ocurra ponerte esa remera. ¿Te das cuenta de lo que implica?

No sé si me di cuenta de algo o si el tono en que lo dijo fue lo suficientemente convincente como para que volara directo a la baulera del placard y se perdiera el tiempo suficiente como para que pasara de moda y mi cuerpo se siguiera desarrollando e impidiera que pudiera lucirla de una manera más o menos digna.