16 de diciembre de 2010

Fin de ciclo

Hoy terminé el ciclo escolar más largo que me tocó transitar en un Colegio: 13 años de enseñanza primaria.

Claro está que no ha sido como alumno (estaría cual pollo al spiedo girando y girando sin parar junto al fuego si así fuera) sino como padre. Experiencia que tiene lo suyo, vale aclarar.

Esta mañana acompañé pleno de orgullo y satisfacción a Pilar, mi hija menor, a su último acto como abanderada sin dejar de recordar con un nudo emotivo en la garganta que ella apenas nacía cuando entré al Colegio a cumplir mi primera actividad oficial: inscribir para Jardín de Infantes a Milagros, mi hija mayor, que bien vale mencionar también terminó su séptimo grado siendo abanderada.

Y en ese hall vacío de alumnos, morada del kiosco asiduamente concurrido en los recreos y antesala del patio cubierto donde se llevaron a cabo la mayoría de los actos escolares que presencié, me inundaron la vista un sinnúmero de imágenes vividas allí nomás y, por qué no reconocerlo, alguna que otra furtiva lágrima que me negué a dejar salir.

Es que de pronto estaba la Hermana Luisita haciéndonos saber que sin dudas de alguna manera la Virgen (la advocación de María Auxiliadora en este caso) te llama para que formes parte de esa Casa.

Y estaban los más de 60 compañeros de mis hijas que me tocó conocer y mucho llegué a querer, algunos de los cuales formaron parte de esos viajes de egresados que me tuvieron de padre acompañante (experiencia maravillosa y enriquecedora por demás, vale reconocer y recomendar)

Y estaba la señorita Vicky arrebatándome gentilmente de los brazos a Pilar, con sus pañales a cuestas, llevándola a recorrer el Colegio que tantas veces la iba a contener con el fin último de que tuviera mis manos libres para fotografiar a Milagros en algún pintoresco acto de Jardín (cuanto más chicos mas hermosos y adorables los chicos).
Y las monjas y las maestras que tanta contención nos brindaron a mí y a mi familia en los momentos dolorosos que tuvimos que vivir y que tanta alegría nos expresaron ante los hechos proveedores de felicidad que también nos tocaron vivir en estos años compartidos.

Y las reuniones de la Unión de Padres, a las que mucho no fui porque preferí trabajar por los alumnos y por el Colegio desde una posición extraoficial ante las malintencionadas críticas de esos émulos de canes del hortelano devenidos en padres de compañeritos de mis hijas algunos de los cuales tuve que sufrir hasta ayer. Claro está que después se sumaron otros que por fin también fueron borrados ayer de mi vida, entre los que se encuentran supuestos amigos a los que en familia les abrimos la casa y hasta el corazón y de buenas a primeras nos dieron la espalda o, lo que resultó mas doloroso, fueron modernos Judas que nos hicieron saber del dolor del saberse traicionado.

Pero los chicos siempre son lo mejor que nos puede suceder. Los propios y los ajenos. Siempre tendrán alguna salida que destapará alguna sonrisa que hace olvidar, al menos por un rato, de los avatares de la vida de adulto.

Y descarto ya la narración de más imágenes del recuerdo porque estaría horas y más horas y páginas y más páginas escribiendo y la vida sigue y dicen que para muestra basta un botón.

Me retiro de este texto con la imagen del abrazo que me propinó uno de los compañeros de Pilar en Córdoba, tal vez porque fue totalmente inimaginado a partir de que desde su casa llegó uno de los portazos al sentimiento más doloroso, el cual vino acompañado de un “Te quiero mucho”, al que le pude responder un “yo también te quiero mucho” y sentir algo muy parecido a la satisfacción de la tarea cumplida.

5 de diciembre de 2010

Hasta luego, Chunga

Y cambió de barrio nomás la tía Chunga. Elsa Iris según el documento pero a casi nadie le importaba esa combinación, era La Chunga.

Es mi abuela tía. Esa tía que cumplió el rol de abuela a falta de los representantes maternos aprovechando que sus hijos eran todavía adolescentes cuandos a mi vieja se le ocurrió parirme y hacer que fuera el más chiquito de la familia.

Y si bien el tiempo y mi propia boludez me aislaron y me hicieron estar lejos estos últimos años, las imágenes de ella que llevo grabadas son espectaculares y la vida me dio el changüí suficiente como para estar ahí nomás cuando rajó a encontarse con mi viejo y los otros que nos están preparando la bienvenida cuando sea nuestro tiempo.

Así, recuerdo los primeros años de la primaria en su casa de Banfield recibiéndome unos días antes de que comenzaran las clases con un cuaderno "borrador" en el que me adelantaba algun tema que vería ese año o repasando lo aprendido antes. Claro está, todo esto mientras se dedicaba a armar bijouterie para agregar unos pesos a su sueldo de maestra jubilada; esa bijouterie que yo le ayudaba a confeccionar en cuanto me aburría de los ejercicios, cosa que sucedía bastante rápido, debo confesar.

Otra imagen imborrable era ella atendiendo el kiosco de la ya inexistente Clinica Temperley o el de la Galería Visión más adelante. Horas y horas pasaba haciéndole compañía, llegando a la gloria cuando podía atender a algún cliente.

En fin, la seguiré extrañando. Por eso vayan este par de perlitas nada más para enhebrar en algún collar imaginario que quizás esté armando en este momento.