Hoy hace cinco años que cambiaste de barrio y te extraño un montón. Y ni te cuento lo que te extrañan tus nietas. Si bien no fueron muy asiduos los encuentros, sí fueron intensos y, en algún punto, no estoy haciendo tan mal eso de transmitir valores, principios y recuerdos como vos lo hacías conmigo.
Eras bastante parco para exteriorizar tus sentimientos más profundos -cuanto más fuertes, más difícil de te era sacarlos afuera- pero ese brillo en los ojos te delataba. No hace mucho la vieja me pasó una nota que escribiste cuando nació Milagros y mostraste la hilacha por completo.
Considero que no me quedaron asignaturas pendientes contigo a la hora de las palabras, los abrazos, los “te quiero”. Te di todos los que me salieron y pedí y recibí todos los que vinieron de vos.
A menudo me gustaría poder conversar con vos sobre lo que me pasa, escuchar tu punto de vista tan particular y tan ecuánime que me enseñaste a tener sobre las cosas y que tanta falta me hace rescatar en tiempos de revoltijos y oscuridad. Pero como me dijo hace un tiempo una monjita del Colegio de Pilar, en esos momentos escucho lo que me dirías si estuvieras del otro lado del teléfono o de la mesa.
En fin, expresar mi admiración por vos, agradecerte absolutamente todo lo que me diste o hiciste por mí no es para nada necesario porque sé que lo sabés. Pero tal vez no se lo haya hecho saber a mucha gente que hoy quiero que lo sepa y que no me cabe ninguna duda que si se hubieran cruzado con vos alguna vez por estos lares pensarían igual.
Estás en mi corazón y en el de tus nietas y nada ni nadie te va a sacar de ahí.