1 de junio de 2009

30/05/2009 - Una crónica piojosa.

Primera parte.

El sábado pasado me tocó vivir uno de esos momentos que el “Nano” Serrat tan bien definió como en los que la vida te besa en la boca. Claro está que por sí solo no alcanza a compensar todas las hijaputeces que suele hacerme más o menos habitualmente la tan mentada señora; pero valió la pena y la sensación sigue siendo maravillosa.

El solo hecho de compartir una salida con mis hijas ya es incalificablemente placentero y si a eso le sumamos condiciones climáticas adversas, acompañarlas en su primera experiencia de estar en un estadio de fútbol junto con otras 65.000 personas y que veríamos el último recital de una banda como Los Piojos la situación se torna prácticamente mágica.

Debo reconocer que no empezó fácil la salida. Si bien con Mili y Pilu, de quince y once años respectivamente más una amiga de la mayor nos retrasamos sólo 15 minutos respecto a las dos horas antes que pensábamos llegar al estadio, las vicisitudes de necesidad sanitarias a las que ya estoy acostumbrado a partir de una vida familiar abarrotada de mujeres, el sábado presencié la rotura de un nuevo récord de cola y espera de uso del sanitario femenino en el Mac Donald’s de la Avda. Libertador: 50 minutos por reloj.

La esperanza de que la lluvia hubiera cesado se desvaneció al volver a la calle y caminar bajo su manto por aproximadamente seiscientos metros para llegar al final de la cola de ingreso a las adyacencias del estadio, distancia recorrida en sentido inverso al ingreso por la calle Udaondo, claro está. La minuciosidad del cacheo aseguró que semejante fila desbordara los controles 5 minutos antes de las 22:00 hs. cuando evidentemente éstos fueron instruidos para que franquearan el paso porque el show arrancaba a las diez de la noche sí o sí. Digo evidentemente, porque cuando nos encontramos corriendo cual pasajero de tren retrasado en el andén, todavía nos faltaban dos cuadras para llegar al primer vallado, por lo que esta parte del relato queda en el marco de la teoría.

Nos habíamos organizado en parejas. Definiríamos un punto de encuentro para la salida y Mili y su amiga se perderían entre las huestes del campo acercándose al escenario y con Pilar disfrutaríamos del espectáculo desde algún lugar más placentero alternando entre las plateas bajas y el fondo del campo. El detalle que complica más allá de la mejor organización esta vez fue que, por la lluvia, las cuatro entradas las tenía en mi poder lo cual hizo que a la corrida inicial hubiera que agregarle la que nos depositó en las puertas del estadio cuando se escuchó la vos de Ciro que empezaba a cantar “Te diría”. Un iluminado de los que escasean pero aparecen justo a tiempo avisó que se podía acceder al campo por la entrada que daba a las plateas de la cabecera, así que hacia ahí nos dirigimos y entregué las entradas que no necesitaba y ví como se perdían las adolescentes más allá de las escaleras no sin que antes cantaran “piedra libre” marcándome la columna donde nos veríamos para salir.

Llegamos con Pili al pasillo que separa las plateas bajas y medias para cuando arrancaba “Babilonia”.

- Le erré por uno – le dije, pues yo había vaticinado que con ese tema darían comienzo al recital.

La mirada entre sagaz y comprensiva me hizo saber que podría haberme ahorrado el pensamiento y la frase, por lo que me dediqué a disfrutar de lo que siguió, más predispuesto a responder preguntas que a inducir a alguien de como vivir esa noche. De paso me percaté que la lluvia ya no era ni llovizna.

[sigue acá]

No hay comentarios.: