Como surgió la idea de publicar las cartas en ambos sitios dándole cada uno una introducción propia, transcribo ambas a continuación ante las eventuales perezas de los visitantes que quieran ahorrar clicks en los respectivos links.
Encontrarán entonces, a una Victoria que contesta como mujer real con quien su amante encontrara el éxtasis pero también como esa mujer anhelada desde lo inmaterial que significa alcanzar la gloria. Gloria y éxtasis, tan diferentes y tan iguales según quien los alcance.
Victoria:
Te escribo desde el tren. Un tren que yo amaba, con canciones recordándolo, y que ahora me parece el principio del exilio, al que me obligaste cuando cerraste tu ventana ante mi.
Se que hay muchas cosas que no puedo darte. Mis limitaciones vienen de siglos y de las sombras, cada vez mayores en mi alma.
Sombras que yo no puse, pero que dejé entrar irremediablemente, y ahora no tengo como expulsarlas, como exorcizar mi alma de mi propio espíritu derrotado.
Con el tiempo se que vas a comprender, que el no hacer nada fue hacer mucho, mucho más de lo que podía. Quizás pequé de ingenuo, quizás aún no aprendí mi verdadero valor, poco o mucho, pero el verdadero, el que yo sé que es real, y no el del grupo de aduladores que me suben a un pedestal para mantenerme lejos, atado a otra realidad. Pero no es de excusas de lo que quería hablarte... si a esto puede llamársele hablarte.
Cerraste tu ventana y mi entrada a tu mundo. Me dejaste fuera, retorciéndome los dedos de las manos en un ademán nervioso, respirando frío y viendo la tormenta acercarse, solo, sin refugio. Pensaste que eso era mejor a lo que tenía para darte. Y guardaste tus sonrisas para otra vez, tu música en el desván sin color de la soledad, y te llevaste tus dibujos donde no hay luz.
Y así me vi privado de todo, entendiéndote, suspirando con resignación, aclarándome la garganta para decir algo que no dije, y que no iba a cambiar nada de todas formas.
Quisiera alguna vez volver, que me dejes pasar nuevamente, tomar algo caliente luego del crudo invierno que me espera, y volver a hacerte reír. Se que es poco, quizás, pero tu risa siempre fue música para mi alma. La misma que descubrimos mutuamente el uno del otro, la misma que calló en el presagio de otoño al cerrarse tus ojos.
Juan
Juan:
Recibí tu carta y tus encendidas palabras hicieron que se me helara el alma. ¡Vaya paradoja ante tanta pasión de la tuya en carne viva!
Sabías, aún antes de que me fijara en tí, que me correspondía el rol de la dama esquiva de las novelas románticas del siglo XVIII y que ante la aparición de un caballerotal vez más joven, tal vez más apto, tal vez más apuesto, iba a cambiar la dirección de mi mirada si no me conquistabas día a día, hora a hora, segundo a segundo. Está en mi esencia y lo aceptaste desde el momento mismo en que iniciaste tu camino de seducción.
Sabías del riesgo que asumías cuando aceptaste al grupo de obsecuentes que necesitaban colocarte en ese frágil pedestal del que ellos mismos te bajarían a pedradas cuando ya no quedaran satisfechos sus ruines intereses contigo en ese lugar.
Cambiaste mi mirada, a veces dura, a veces tierna, por sus ensordecedores cantos de sirenas que impidieron que me oyeras cuando susurraba mis apasionadas palabras a tu oído.
Porque, quiero que lo sepas, yo te amé con locura. Me sedujeron tu impronta, tu garbo, tu forma de llamar mi atención y tu mirada febril de amante que llega al borde de la desesperación en el instante previo a que su amada le corresponda.
Y no te equivoques: hoy cerré mi ventana, pero el acceso a mi mundo sigue tan abierto como el primer día en que te fijaste en mí. Depende de tí, y tan sólo de tí, que yo cierre la ventana por la que ahora me dejo observar y vuelva a recibir los cálidos rayos de tu luz a través de la que te corresponde.
Y sólo en tu corazón se encuentra la llave que destraba este cerrojo, tan fuerte hoy y tan débil cuando es tu momento. Hurgando en él encontrarás las señales que dejé en tí para que supieras que mi risa y mi mirada siguen disponibles para tí para cuando te decidas a tomarlas nuevamente
Recibí tu carta y tus encendidas palabras hicieron que se me helara el alma. ¡Vaya paradoja ante tanta pasión de la tuya en carne viva!
Sabías, aún antes de que me fijara en tí, que me correspondía el rol de la dama esquiva de las novelas románticas del siglo XVIII y que ante la aparición de un caballerotal vez más joven, tal vez más apto, tal vez más apuesto, iba a cambiar la dirección de mi mirada si no me conquistabas día a día, hora a hora, segundo a segundo. Está en mi esencia y lo aceptaste desde el momento mismo en que iniciaste tu camino de seducción.
Sabías del riesgo que asumías cuando aceptaste al grupo de obsecuentes que necesitaban colocarte en ese frágil pedestal del que ellos mismos te bajarían a pedradas cuando ya no quedaran satisfechos sus ruines intereses contigo en ese lugar.
Cambiaste mi mirada, a veces dura, a veces tierna, por sus ensordecedores cantos de sirenas que impidieron que me oyeras cuando susurraba mis apasionadas palabras a tu oído.
Porque, quiero que lo sepas, yo te amé con locura. Me sedujeron tu impronta, tu garbo, tu forma de llamar mi atención y tu mirada febril de amante que llega al borde de la desesperación en el instante previo a que su amada le corresponda.
Y no te equivoques: hoy cerré mi ventana, pero el acceso a mi mundo sigue tan abierto como el primer día en que te fijaste en mí. Depende de tí, y tan sólo de tí, que yo cierre la ventana por la que ahora me dejo observar y vuelva a recibir los cálidos rayos de tu luz a través de la que te corresponde.
Y sólo en tu corazón se encuentra la llave que destraba este cerrojo, tan fuerte hoy y tan débil cuando es tu momento. Hurgando en él encontrarás las señales que dejé en tí para que supieras que mi risa y mi mirada siguen disponibles para tí para cuando te decidas a tomarlas nuevamente
Victoria